miércoles, 28 de febrero de 2018

Si yo fuera

Si yo fuera quien fui seguiría entregando el alma tras cada balón, persiguiendo en el arco incierto de su vuelo los sueños por estrenar, desollándome las rodillas en los esfuerzos sin que el dolor consiguiera frenar mis ímpetus ni la sangre me impresionara. Si tuviera los ojos limpios de ese tiempo iniciático, continuaría perdiendo el aliento en la observación del mundo, maravillándome ante cada descubrimiento, creyendo sin dudas o sospechas, firme en el propósito de comprenderlo todo; incapaz de entender que nadie es capaz de abarcar tanto.


Si yo fuera quien crees que soy me habría conjurado para evitarte cualquier dolor, hurtándote del duelo y las lágrimas, edificando en torno a ti -a todos a quienes me gustaría preservar- una cúpula de inviolabilidad y confort, cálida y soleada, surcada de placeres sin culpa. Si atesorara en las fibras de mis músculos un poder tan descomunal, haría retroceder de tus pies las sombras, a partir de entonces ya ni siquiera una posibilidad remota; doblegaría los hierros inevitables de la existencia, limaría las aristas con las que el mundo, de tanto en tanto, se nos equivoca, y acolcharía todos los amaneceres.




Si yo fuera quien soy garantizaría la sangre, mi sangre, esa sangre que es hueso y esencia, latido, suspiro, la debilidad del alimento y el sentimiento que fortalece la estructura del tuétano. Si así lograra ser, presentaría el aval de mi memoria, tal vez la herramienta más fuerte de todas, la que salva la distancia oceánica de los olvidos y acoraza la experiencia; también pies ágiles y manos leves, cantarinas, livianas en la asunción de tareas de precisión, y fiables cuando se requiere de ellas un soporte a prueba de conocimientos o certezas. Y sangre. Mi sangre. También la tuya.


Si yo fuera quien seré tendría la mirada templada de los que están en paz consigo mismos, atolones únicos y confiables en mitad de la tormenta, de todas las tormentas, una por una o en su conjunto aterrador; rayos, nieves, fuegos, todo amenazas menores. Si llegara a ese grado de fiabilidad, querría ser suelo firme, sólido, fértil, un espacio donde echarse a descansar o cultivar alimentos, en el que educar a las generaciones futuras, hogar y plataforma, si es que no son el mismo término; albergaría en mí, entonces, guijarros e ideas, los materiales básicos del caldo primigenio que todo lo genera.

V

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